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16 de febrero de 2010

El colapso del chavismo

No sé cuándo y cómo ocurrirá, pero el fin del llamado proceso político parece inevitable.
Finalmente Hugo Chávez está perdiendo la lucha que tan duramente ha sostenido en los últimos once años para vendernos una realidad que sólo existe en su discurso. El habilidoso charlatán, guachamarón y mitómano, que alelaba hasta a los más recalcitrantes críticos y envolvía con sus letanías a incautos extranjeros con sus promesas de un mundo mejor, el hombre nuevo y la redención de los desterrados del mundo, se hunde irremisiblemente en el pichaque de sus fábulas imposibles, un asqueroso entramado de corruptelas y en la más desastrosa incompetencia a la hora de asumir las más básicas responsabilidades de Gobierno.

Si la cuarta república necesitó poco menos de medio siglo para sucumbir ante su propia descomposición moral y política, esta cosa informe y caótica llamado chavismo ha requerido algo más de una década para autoaniquilarse luego de emprender un metódico proceso destrucción nacional y de generación de odio en cuya propia salsa se está cocinando ahora. No sé cuándo y cómo ocurrirá, pero el colapso del mal llamado proceso político venezolano parece inevitable, la crisis general que vive el país se expresa en todos los órdenes y el principal responsable la debacle ha descubierto que el gran remedio, que era la verborrea, la mentira y el engaño masivo a través de las esquizofrénicas sesiones colectivas de cadenas radiotelevisadas, sólo sirve ahora para amplificar el tamaño colosal del fraude perpetrado contra todo un país.

Es obvio como en tales circunstancias el reflejo de esa realidad, materializada en el mensaje de los medios de comunicación críticos, se convierte en una fuerza subversiva que pone de manifiesto el cada vez más escaso margen de gobernabilidad de un régimen acosado por sus propias carencias. Por eso cierra canales, intimida a propietarios de medios y periodistas, amplía el radio de sus posesiones, expropia, confisca y se apodera de todo lo que puede. Obcecado como está, ignora que en esa misma medida no sólo aumenta su grado de responsabilidad sino la dimensión de su fracaso ante la incapacidad manifiesta para manejar toda esa suma de poder por parte de la cohorte de inútiles (generalmente desechables) que conforma su gabinete.

¿Nos alegramos y hacemos fiesta ante tanta desgracia junta? Por supuesto que no. La solución democrática, la única posible y deseable, será sometida a la dura prueba que tratará de imponerle un gobernante incapaz y deslegitimado que pretende mantenerse en el poder y hará cualquier cosa por lograrlo. El otro escenario, el ideal, el de los países normales, donde la alternabilidad es una rutina universalmente aceptada, está por verse.
Roberto Giusti
rgiusti@eluniversal.com