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8 de mayo de 2010

¡La economía, idiota!

¡La economía, idiota!


¿A quién beneficia la expropiación – término con que se disfraza el arrebatón puro y simple cuando lo efectúan los funcionarios del régimen – de la Quinta La Carolina y el Country Club de Aragua? Dicho sin ambages: a nadie, salvo que la finca y el Country terminen en manos de los capitostes bolivarianos y los disfruten en el más absoluto descaro, vaso largo de scotch en la mano, con el mismo desenfado con que los miembros de la familia presidencial se van a Las Vegas o a Paris en primera clase o avión privado, a suite cinco estrellas para disfrutar en puestos VIP de un concierto de Madonna. Hace once años no tenían con qué vestirse para ir a un concierto de Guaco en el Poliedro.
Porque de lo contrario, si se toman en serio el Manifiesto Comunista, los bolivarianos se habrán comido en meses las vacas que no se reventaron por falta de ordeño y las casas del Club despedirán el mismo aroma del Teresa Carreño después de un Aló Presidente de 10 horas. Hoy, la Carolina produce 2.500 litros de leche diario, más de cien toneladas de naranjas y café como para surtir buena parte del Estado Aragua y exportar el resto. Es una joyita de mediana dimensión, cuidada con primor por su único y legítimo dueño, Diego Arria. Mañana será un terreno devastado, inundado, arrasado, inmundo, pisoteado.

Lo que ya tenemos meridianamente claro los venezolanos de más de dos dedos de frente y una elemental decencia en el corazón es que toda tierra expropiada por este régimen es tierra devastada. Y todo bien arrebatado a sus legítimos propietarios por el capricho presidencial es un seguro candidato a la ruina inmediata. No mueve a tales actos de criminalidad travestido de socialismo más que el odio raigal a sus dueños. Se robaron el Canal 2. Allí vegeta una cosa llamada Tves que no la ve nadie. Se apropiaron del Sambil. Está en un estado que ni las ruinas del circo romano. Si sus legítimos dueños, quienes pensaron, arriesgaron su capital en una faraónica inversión diseñándolo y construyéndolo según sus normas lo tuvieran en su poder, decenas de miles de modestos usuarios del centro de Caracas y sus alrededores harían un uso efectivo y altamente beneficioso de sus instalaciones. Porque hoy por hoy, un centro comercial es una plaza pública, segura y confiable, en la que sus usuarios disfrutan y gozan de del espíritu comunitario.

Si por unos huecos descubiertos y puestos a producir por Juan Vicente Gómez pronto hará un siglo no saliera petróleo, después de estos once años de devastación y ruina – productos de la supina tontería de estos gobernantes – estaríamos como Chaplin en La Quimera del oro: comiéndonos los zapatos. El primer artículo que escribí a una semana de la toma de posesión del teniente coronel, hace once años, se llamaba “LA ECONOMÍA, IDIOTA”, paráfrasis del cartelito que dicen que Clinton puso en su escritorio para no olvidar lo esencial. Ya sabía que la economía no le interesaba un pepino, salvo para destruirla hasta sus raíces para conseguir su dorado sueño: empobrecernos y convertirnos en mendigos de su omnipoder totalitario.

Pero hoy, cuando veo la noticia de esas expropiaciones al mismo tiempo que mi mujer paga cien bolívares por dos kilos de tomates – doscientos dólares de cuando tomó el Poder – y los carniceros amenazan con no vender una chuleta más, porque los productores uruguayos y argentinos los tienen asfixiados, mientras los politicos de ambos paises se enriquecen a nuestras costillas, vuelvo a recordar aquella sabia sentencia: ¡LA ECONOMÍA, IDIOTA!

Cree que los venezolanos prefieren la politica a un pabellón criollo y el Diario del Ché a una punta trasera. Se equivoca. Se han calado la política porque el petróleo les aseguró la papa. Pero esos tiempos se acabaron. El 26 de septiembre le pasarán la pesada factura. La economía está por el suelo. No hay plata. Las expropiaciones no harán más que irritar a la gente hasta el odio chino. No servirán de nada.
Entendido? !LA ECONOMIA, IDIOTA!
Antonio Sánchez-García