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31 de agosto de 2011

Como expropiar el Alma de un Venezolano

Ernestina Mogollones escribió:
¿Cómo estás Hugo? ¿Arrecho? ¿ladillado de que nada te salga bien? ¿harto de la incompetencia que te rodea? Te entiendo, debe ser frustrante la vaina, pero yo, de pana y todo, te tengo la solución.
Has dividido el país en dos toletes, los que te aman y los que te despreciamos. Dividiste mal, ese es tu problema, que no supiste hacer la raya de división. El país ya estaba dividido antes de que tú llegaras, pero no como tú crees, en ricos y pobres, sino en competentes e incompetentes. Los competentes, crean, crean riqueza, crean progreso, crean dinero, crean empleo, crean belleza, y aunque suene loco y redundante, crean creación. Los otros, no crean nada, son mendigos, ojo, que eso no quiere decir que no tengan dinero; pueden tenerlo, pero no saben crear.
Sabes, es como… imagina dos tribus que llegan a un isla, una isla hermosa y llena de animales comestibles, y frutas y vegetales y todo eso. Una tribu se dedica a recolectar y cazar lo que consigue, la otra decide crear formas de sembrar, de criar animales, de luchar contra la naturaleza para depender lo menos posible de ella. Al cabo de un tiempo, las plantas y animales salvajes empiezan a escasear, así que la tribu cazadora/recolectora empieza a pasar hambre, la otra no, porque la otra no recolecta los alimentos, los crea.
Y ahí está el problema, Hugo, tu dividiste el país en recolectores/cazadores y sembradores/criadores, y te quedaste con los primeros, desechando a los segundos, atacándoles, eliminándoles. Verás, Hugo, hace años llegó a Venezuela un señor, a un país donde no había televisión, y ese señor tuvo una idea, fundar un canal de televisión ¡imagínate! Una apuesta peligrosa, un canal de televisión en un país donde nadie tenía un televisor ¿le gustaría a la gente? ¿estarían dispuestos a pagar por un aparato para ver su idea cristalizada? No era apuesta simple, pero él apostó. Y esa mente brillante se rodeó de montones de gente, de los más capaces, los más creativos, los más sabios, los más trabajadores, desde ingenieros innovadores a obreros capaces, y él, en el centro, coordinando toda esa maravilla. Y ese canal fue representación de lo que podemos hacer los venezolanos, de hasta qué punto el ingenio y la constancia pueden construir, hasta que llegaste tú, y te quisiste apoderar de la obra creada.
Entonces le prohibiste transmitir en señal abierta, para tener la excusa de robarles su obra. Pero no te funcionó; por alguna razón extraña, lo que en sus manos era un canal rentable y muy visto, en tus manos se convirtió en un adefesio espantoso e inútil que da pérdidas.
Hoy terminas definitivamente con ese canal (o al menos eso crees), porque no puedes soportarlo, su existencia te recuerda que robar no te sirvió de nada. Y así te pasa siempre, Hugo, es una constante, haciendas productivas que en tu manos son eriales, canales de rating que hasta exportan programas se convierten en bodrios que no ven ni los que te apoyan, industrias productivas que trocan en otras quebradas, hoteles que terminan siendo pensiones de mala muerte, mercados convertidos en bodega, bancos que acaban en lupanares de usureros…
Y así todo, así siempre… ¿Qué pasa, Hugo? ¿por qué nada te funciona? ¿cómo es que robas cadenas de oro y acabas con collares de plástico? ¿Qué falla, Hugo? ¿qué falla? Tienes el dinero, tienes la fuerza, tienes el poder ¡y no te funciona! ¡nada te funciona! Has gastado millones en armas, para amedrentar, para intimidar, tienes ejércitos regulares e irregulares bajo tu mando para oprimir, has comprado voluntades... ¡y nada funciona! ¡coño de la madre! ¡no te funciona!
Y no entiendes, eres presa de la ira porque no entiendes qué es lo que no funciona, ¿por qué, usando tantos recursos no logras ya no crear, sino siquiera mantener lo que esos hombres hicieron? Yo sí lo sé, Hugo, yo sé cual es el problema, yo sé donde está tu falla. El error es que no has expropiado la piedra angular de todo esto, no has expropiado lo que hace que un supermercado sea supermercado y no bodega, lo que hace que un canal sea visto y no un bodrio intragable que no ve ni la mamá del director, eso que hace que un hotel esté siempre a reventar y no parezca pensión de mala muerte… ¡el alma, Hugo! ¡el alma! ¡eso es lo que tienes que expropiar!
El alma, eso que hace que un hombre cree, produzca, haga, inventa. Esa cosa que permite salvar obstáculos, esa cosa maravillosa que hace que un hombre, una mota de polvo en el universo, se convierta en un gigante capaz de transformar su entorno, de someterlo a sus deseos. No es dinero, Hugo, tu problema es de comprensión, no es dinero, es amor, es orgullo, es tenacidad; no es ganar cada vez más dinero, es tener una idea, enamorarte de ella, llevar la idea a la realidad, verla crecer, verla formarse, ver que cobra vida y maravillarte diciéndote “eso lo hice yo”, pensar que de no existir tú, esa maravilla no existiría, que está allí porque la pensaste, la imaginaste, la hiciste. Es sentir que aunque esa obra no pase a lo mejor a la historia de la humanidad, ni del país siquiera, será parte de la historia de mucha gente, gente que de una u otra forma trabajó en o para ella.
El problema, Hugo, es que cuando expropias, robas, pero solo robas lo físico, robas edificios, muebles, máquinas, pero eso son solo cosas materiales, lo que realmente mueve todo es la suma de voluntades, lo que mueve todo es el cerebro y el alma de millones de hombres y mujeres que hacen que las cosas tengan vida, porque las cosas, cuando no tienen el alma del hombre que las hace útiles, no son nada. Los zapatos, Hugo, no son nada, si no tienen al hombre que les de vida, no son capaces por sí mismos de hacer huellas y marcar camino, son solo una mezcla de cuero, suela, hilos y pega, pero sin la mente del hombre, no son nada.
Y tú, Hugo, eres un pobre ser, un primitivo que piensa que si le robas a un hombre sus zapatos, podrás caminar como él. Lo que tienes que expropiar, Hugo, es el alma, y eso no lo puedes robar, no importa cuántos cañones tengas, ni cuántos macacos vestidos de verde amedrentador envíes, no importa cuánto miedo siembres, ni cuánto dinero regales, no puedes robar el alma ¡y esa es tu arrechera! Que lo que nos quieres quitar, no nos lo puedes quitar, ni siquiera nosotros, aún queriendo dártelo, podemos hacerlo, porque el alma es intransferible. Lamentablemente.
Hugo, tú me puedes quitar mi casa, mi negocio, mi dinero, y hasta mi vida, pero más de eso, no me puedes quitar, puedes incluso romperme el alma, eso no te lo niego, pero no la podrás usar ¡nunca!
Así que, eso es, Hugo. Eso es lo que debes expropiar para que las cosas te funcionen, y como no puedes…
¡JÓDETE!
-- LA QUINTA PAILA TE ESPERA HUGUITO....