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16 de abril de 2010

¡El militarismo también, estúpidos!

 ¡El militarismo también, estúpidos!


El país no puede ser la trinchera personal de quien se cree el “eje” de una nueva guerra fría. 

Ya no es sólo el personalismo. Las desviaciones del “proceso” trascienden de las patologías que padece el “hiperlíder”: en un país de tradición caudillista el problema denunciado es rutina. 

En eso Chávez no representa una novedad. Aunque los desarrollos políticos de esta pelea jerarquizan el cuestionamiento formulado por la disidencia chavista, resultaría bastante más meritoria una crítica alarmada y severa contra lo que esta semana ha resaltado como el mayor riesgo que nos acecha: el militarismo, cuyos colmillos nos fueron mostrados en plan de amedrentamiento para intentar convencernos de que “el comandante presidente” posee una fuerza indestructible, frente a la cual sería inútil resistirse.

“El librito” está operando de nuevo y es idéntico al que apelaron otros tantos sátrapas que, viéndose debilitados, se emperraron con el poder, a sabiendas de que el afán añadiría nuevas imputaciones en sus inevitables juicios ante la historia. La representación verde oliva de este 13 de abril tiene, sin embargo, una lectura doble y paradójica: ciertamente presenciamos un sainete grotesco con el que se pretendió la fotografía de una fortaleza portentosa e invulnerable. Pero al mismo tiempo, vimos a un hombre escudado tras las armas, amenazando con emplearlas, si la reprobación popular le obligara a continuar desfigurando su “revolución bonita”… El miedo es libre, pero también arriesgado y peligroso.

Once años después, con los sueños marchitos y convertidos en fraude, lo que Chávez le propone ahora a Venezuela es un futuro de bayonetas afiladas. Un porvenir cuartelario capitaneado por bandoleros enriquecidos, que apuntan al pueblo mientras se proclaman sus redentores divinos. Su Excelencia nos plantea una nación regimentada. Un país mudo y atemorizado; una sociedad de subalternos despojados de voluntad; sin bríos para exigir y dispuesta a cederles a los militares el ejercicio de su soberanía. El Libertador de la Patria-Nueva nos quiere desprovistos de aspiraciones y conformes con la tarea que desea imponernos: transformar a Venezuela en su fortín particular, desde donde él simulará conflagraciones inventadas para exaltar nacionalismos que justifiquen su presencia eterna e insustituible.

Se entiende que algunos prefieran omitirlo porque, siendo ahora críticos de este ensayo de dominación, llegaron a exaltar la unidad cívico-militar de Ceresole. Pero los hechos exigen la advertencia. Venezuela debe negarse a ser una alambrada. El país no puede ser la trinchera personal de quien se cree el “eje” de una nueva guerra fría. Hay que levantar muchas voces que legitimen la denuncia. La ideología no debe ser un atajo. ¡El militarismo también, estúpidos! Aquí sus exponentes no han significado seguridad ni orden.

argelia.rios@gmail.com
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