Hugo Chávez, en su afán de falsificar la historia, quiere llamar la felonía del 4 de febrero de 1992 el día de la dignidad nacional. Entiendo su desespero. Es muy difícil crear en sus seguidores la mística necesaria si no se inventa un pasado heroico para la revolución bolivariana. Lo curioso es que se escoja con ese fin una acción militar que no tuvo nada de valiente. El intento de golpe de Estado fracasó estruendosamente por una razón fundamental: la indecisión de Hugo Chávez. Inexplicablemente, no ordenó a la unidad bajo su mando, un batallón de paracaidistas muy bien equipado, apoyar la compañía de tanques del Grupo de Caballería Ayala, que había logrado cercar eficientemente el palacio de Miraflores. Además, la rendición de la mayoría de las unidades ocurrió pocas horas después de iniciada la insurrección, por no tener la mayoría de los oficiales y soldados insurrectos el necesario espíritu de combate. El objetivo de la operación era uno solo: aprovechar la sorpresa para detener o asesinar al presidente Carlos Andrés Pérez. Para colmo, se atacó innecesariamente La Casona, en donde sólo se encontraban doña Blanca de Pérez, sus hijas y nietos. Estas verdades son dolorosas, pero así ocurrieron los hechos.
Un aspecto, aún más polémico, son las causas que los oficiales insurrectos han esgrimido para justificar su acción. Ellas requieren, para aceptarlas o rechazarlas, de una valoración ética, tanto del punto de vista militar como ciudadano. Una forma eficiente para lograrlo, es mediante la comparación de los errores y aciertos que se tuvieron durante los cuarenta años de democracia civil y los que se han cometido en estos diez de revolución bolivariana. Solo me voy a referir, por razones de espacio, a tres de esas causas. Empecemos: el elevado nivel de corrupción. Es verdad, que durante los gobiernos de Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi hubo algunos señalamientos de hechos de corrupción, pero también es cierto que se abrieron los correspondientes juicios que, con razón o sin ella, obligó a exilarse a muchos de esos altos funcionarios. Desde que se inició el gobierno bolivariano, se han venido haciendo señalamientos públicos de la existencia de elevados niveles de corrupción en las altas esferas burocráticas. Voz de pueblo, voz de Dios. La palabra boliburgués señala a esos revolucionarios de pacotilla, que a través de testaferros adquieren bienes con dinero en efectivo. Solo ahora, en medio del escándalo bancario, se han iniciado las primeras investigaciones judiciales.
Debilidad del liderazgo civil en las negociaciones que se realizan con Colombia para delimitar las áreas marinas y submarinas en el golfo de Venezuela. Este señalamiento, es realmente una calumnia. Soy testigo de excepción. De todas maneras, para demostrar su falsedad solo hace falta revisar la crisis de la corbeta Caldas y las excelentes condiciones logradas a favor de Venezuela en el acta de San Pedro Alejandrino. Al contrario, la manera ligera como se han conducido las negociaciones por parte de Hugo Chávez condujo a la remoción de José Antonio Olavarría, garantía cierta de eficiencia y patriotismo, de la presidencia de la comisión negociadora y la renuncia del doctor Francisco Nieves Croes. Además, si se va a hablar de falta de nacionalismo, no se puede olvidar la entrega total de nuestra soberanía que ha hecho la revolución bolivariana al régimen cubano. Politización de las Fuerzas Armadas. Esa es una de las grandes mentiras de la campaña que se hizo para favorecer la conspiración. Las listas de ascenso eran celosamente respetadas por el liderazgo civil. Solo en casos excepcionales se favorecía a algún conocido del presidente de la República. El grado de politización e ideologización a que ha sido sometida la Fuerza Armada Bolivariana está más que a la vista.
La gran diferencia ética que existe entre la revolución bolivariana y la democracia civil surge fundamentalmente en la capacidad de rectificar sus posibles errores, que de manera natural, produce aplicar el principio de la alternabilidad republicana en la jefatura del Estado. Ese valor fundamental de la democracia no existe en la revolución bolivariana. La amenaza de permanecer en el poder, de manera vitalicia, que ha hecho públicamente Hugo Chávez, sumado al exagerado ventajismo electoral, limita totalmente la posibilidad de rectificar errores. Definitivamente, el 4 de Febrero fue un día de traición.
Fuente: El Universal