Entre los profundos cambios que Venezuela ha sufrido los últimos 14
años se encuentra la atención especial, como nicho de una estrategia de
micro campaña, que se centra en el sector militar. Resulta inédito que
en una diatriba electoral presidencial los principales candidatos
apunten su batería discursiva hacia quienes hasta hace muy poco no
tenían nada que ver con candidatos y elecciones. Uno de los candidatos
les dirigió un mensaje claro y contundente. El otro prepara otra “medida
redistributiva” para emocionar a sus electores de verde.
Dice la Constitución Nacional de 1.999, cuyo texto está vigente:
Artículo 328: “La Fuerza Armada Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la Nación y asegurar la integridad del espacio geográfico, mediante la defensa militar, la cooperación en el mantenimiento del orden interno y la participación activa en el desarrollo nacional, de acuerdo con esta Constitución y con la ley. En el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna. Sus pilares fundamentales son la disciplina, la obediencia y la subordinación. La Fuerza Armada Nacional está integrada por el Ejército, la Armada, la Aviación y la Guardia Nacional, que funcionan de manera integral dentro del marco de su competencia para el cumplimiento de su misión, con un régimen de seguridad social integral propio, según lo establezca su respectiva ley orgánica.”
Sin embargo, el Presidente de la República, Comandante en Jefe de la
Fuerza Armada no ha escatimado en colocarle etiquetas al estamento
militar. Comenzando tímidamente con el mote de “Bolivariana” para
extender el mito explotado de la memoria del Libertador, pasando por la
declaración que convierte al sector militar en “socialista”, hasta su
última ocurrencia de que la Fuerza Armada es “chavista”. Estrategia de
nominalismo que solo contribuye a la anomia de la institución que debe
seguir taxativamente premisas constitucionales burladas por quien
debería representar el ejemplo en el cumplimiento de nuestra Carta
Magna.
De allí tal vez se derivan las estirpes criollas de oficiales
“revolucionarios” y oficiales “institucionales”. Un grupo de los
primeros tenemos años observándolo en su accionar y con vergüenza
reconocemos como quienes han maltratado a la población civil en
protestas pacíficas contra el gobierno han sido ascendidos a los más
altos rangos y responsabilidades, habida cuenta de sus méritos
“patrióticos”. Es en este tránsito donde los oficiales identificados con
las etiquetas discursivas tienen acceso a la administración pública y a
los viajes de formación al exterior.
Sin embargo, gracias a Dios, todavía existen oficiales
“institucionales” que han transcurrido en su vida profesional en el
debido cumplimiento de sus deberes, con una intachable moral y con
firmes convicciones democráticas quienes no han dejado de ascender, a
pesar de purgas y filtros, y hoy son admirados por quienes están
saturados de tanta arenga política en los cuarteles y despachos
militares. Esta es la reserva moral de una institución que nació para
ser gendarme de la democracia y que proviene del pueblo y está
representada por ciudadanos que visten un uniforme con la misma dignidad
con la que el médico utiliza su bata blanca.
El candidato de la oposición se ha dirigido a las FANB y ha llevado
un mensaje que es digerido por todo el estamento militar. Más allá de
las interpretaciones individuales han sido tratados de forma directa por
alguien que aspira suceder al actual presidente en un ejercicio
democrático donde la voluntad popular debe regir los destinos del país.
Con esto, se desmonta el supuesto diluviano de que un cambio en el
Comandante en Jefe significaría una destrucción (en términos de HCh) de
las FANB. Las instituciones son imperecederas. Somos los hombres quienes
pasamos, dejando una huella innegable, pero para ser revisada por la
historia, disciplina retrospectiva que obliga a pasar la página y
continuar con nuestro destino de nación libre y próspera.
En la misma tónica planteada para la reconstrucción del país de
reconciliación sin impunidad, el próximo gobierno debe garantizar
juicios justos y condenas ejemplares para aquellos oficiales que se les
demuestre haber colaborado con el narcotráfico, utilizado su armamento
contra civiles violando sus Derechos Humanos o en cualquier otro acto de
corrupción que denigre de su condición profesional. Necesitamos revisar
si en todos esos tratados leoninos que comprometen nuestros ingresos a
futuro existe una planificación que garantice una inversión militar para
la defensa de nuestra soberanía o forma parte de gastos compulsivos
impregnados del hedor de la corrupción muchas veces denunciada.
En el futuro inmediato, Venezuela necesita apoyarse en una
organización militar comprometida con la garantía de los derechos
individuales y colectivos de todos los venezolanos. Profesionales al
servicio de la verdadera soberanía nacional. Que no se presten como
elementos útiles de esquemas pretorianos al servicio de proyectos
personales y personalistas. La Fuerza Armada Nacional debe ser el apoyo
para que el poder civil reorganice el Estado formulando políticas y
mecanismos que garanticen la calidad de vida del ciudadano venezolano.
Debe rescatar su imagen de confiabilidad colectiva como protagonistas de
un cambio necesario, siempre en actitud vigilante al respeto del hilo
constitucional. El oficial es un profesional que le ha dedicado su vida
al servicio del país y ese concepto debe ser rescatado de las ideas de
quienes recientemente han considerado que en la adulación se reafirma su
futuro y el de los suyos.
La transición democrática es el simple paso entre un gobierno y otro,
y esto no debe ni puede representar temor alguno a quienes, en un
intento desesperado por aferrarse al poder, insistan en mensajes
apocalípticos, en caso de que la voluntad del soberano en las urnas
electorales decida el próximo 7 de Octubre que ya es hora de que otra
persona tome el mando en este convulso derrotero que nos tocó vivir.
Amanecerá y veremos…
por Gabriel Reyes